Historias de San Luis: recuerdos de El Volcán
Por: Nino Romero.
Esta época veraniega tan distinta me disparó recuerdos de lo que eran mis vacaciones hace años en El Volcán.
Por supuesto, viajes en transporte público con asientos rectos y firmes por sinuosos caminos de doble mano.
Con los amigos del barrio tratábamos de viajar en el primer ómnibus después del horario de almuerzo, para regresar en el penúltimo colectivo, porque generalmente el último venía completo.
Los fines de semana eran más complicados, porque la cantidad de gente que viajaba a nuestras serranías se duplicaba o triplicaba.
También estas historias me traen recuerdos de mi madre, que muchas veces le gustaba llevarme cuando era niño ya que decía que “mojar las piernas en el agua del río le hacía bien a sus cansadas piernas”.
Me quedo en mi niñez y en El Volcán.
Allí fueron mis primeras vacaciones siendo muy pequeño junto a mis padres. Hablo en singular porque soy hijo único.
El alojamiento fue en una pequeña pieza dónde entraban ajustadas tres camas. El baño estaba afuera y era compartido con quienes se alojaban la otra habitación que se alquilaba.
El lugar era en el predio del bar que estaba ubicado en la parte superior del balneario La Hoya.
Mi padre era plomero, gasista, hojalatero y no podía dejar de trabajar ningún día porque si no lo hacía no había plata.
Pero tanto él como mi madre querían que viviera la experiencia de tener vacaciones, aunque sea unos pocos días.
Fueron vacaciones inolvidables. Un fantástico personaje, que era el guardavidas o bañero del lugar, “Poroto”, se tomó el trabajo de enseñarme a nadar directamente en La Hoya.
Lecciones simples y fundamentalmente mucha precaución y respeto al agua.
Por supuesto nada de andar tirándose desde las altas piedras, que era “el deporte de riesgo” en el lugar.
“Poroto” no solo salvó vidas, sino que con su omnipotente físico, presencia y un silbato imponía naturalmente orden en el lugar.
Sus enseñanzas en mi caso no se limitaron a nadar sino a jugar al metegol.
Inolvidable ser humano para mí, lo mismo que su familia.
Vuelvo a mi padre. Tomaba el primer ómnibus de la mañana para regresar a San Luis y trabajar, y volvía lo más temprano que podía para poder meterse en el río.
A medida que pasa el tiempo, uno valora más esos sacrificios que hacen muchos padres por sus hijos.
En este sentido los desafío a hacer un ejercicio de memoria y muchos se darán cuenta que es así en muchos casos.
En el Volcán, en la época de mi niñez, me asombraba ver cuando salía a caminar casas “de lujo” (decía yo), y ni hablar del hotel que perteneció a la Federación de Empleados de Comercio.
Se notaba mucho la diferencia social entre quienes eran adinerados y quiénes no.
No voy a olvidarme del Salto Colorado, de El Badén o del Osito. Un balneario espectacular dónde con un amigo ayudamos en una oportunidad a una persona que estaba con problemas en el agua y nadie se había dado cuenta.
También había un bar restaurante. En ese lugar tomé mi primer vaso de cerveza con los amigos del barrio. Negra. Declino dar la marca porque no sé si aún sigue funcionando esa cervecería, que era muy famosa.
Este relato es una mezcla desordenada de recuerdos de la niñez, de la juventud, de mis padres, de mis primeras vacaciones.
En otra oportunidad relataré otras historias que tienen que ver con El Volcán y que se han constituido en leyendas. Reales y comprobables muchas. Otras, al menos misteriosas.